Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

martes, 14 de diciembre de 2021

Cine social

 

El ladron de bicicletas
Imagen de Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica 1948
                                   

Ando leyendo estos días sobre cine social, viendo y reviendo películas, y recuerdo una anécdota que me ocurrió en 2002 viendo en el cine la recién estrenada Los lunes al sol de Fernando León. Delante de mí había un matrimonio y el señor se tiró resoplando toda la película, cuando terminó la proyección y nos dirigíamos a la salida, tras volver a resoplar el señor dijo "yo no vengo al cine a ver miserias". Me acordé de esto al leer en Historia del cine de Román Gubern lo que señaló hace setenta años Zavattini,  defensor del neorrealismo y guionista de Ladrón de bicicletas: "Cuando alguien, sea el público, el Estado o la Iglesia, dice: basta de pobreza, basta de películas que reflejan la pobreza, comete un delito moral. Es que se niega a comprender, a enterarse. Y al no querer enterarse, conscientemente o no, se sustrae a la realidad.". Cuando el neorrealismo (que es el padre del cine social, o drama social tal como lo entendemos ahora) surgió en la devastada Italia tras la Segunda Guerra Mundial, molestó mucho al poder, qué necesidad había de mostrar el horror de la posguerra, el hambre, la miseria y la brutalidad que había dejado, por qué incomodar al espectador con niños harapientos capaces de prostituirse por un pedazo de pan. El neorrealismo dejó descolocada a la industria cinematográfica mundial, que por lo general entendía el cine como puro entretenimiento, un cine hecho en estudios, en decorados, con actores profesionales y que buscaba mitificar la realidad. El neorrealismo proponía todo lo contrario, mostrar la realidad en toda su crudeza, sobre todo la realidad de los pobres y los marginados, utlizando escenarios naturales y escogiendo como actores a gente de la calle. El neorrealismo, el cine social, nunca fue ni ha sido un género que conecte con el gran público, el gran público entiende el cine como entretenimiento y evasión y huye de las crudas realidades. Y esto, ese no querer enterarse que denunciaba Zavattinni,  ese no querer ver miserias que decía el señor de la anécdota que cuento al principio de la entrada, ese evitar asomarse a lo que le ocurre a gente que lo pasa mal a dos calles de donde vivimos o en el extrarradio es un fenómeno que va a más, quizá una de las razones sea que la industria del entretenimiento se está comiendo con patatas a la cultura, no lo sé.  Lo que está claro es que la miseria da mal rollo y huele mal, por eso poca gente se asoma al lado chungo de la brecha social. El cine social es una manera de hacerlo, y por eso hoy, desde este humilde blog reivindico este género y recomiendo asomarse a ese lado chungo de la brecha a los que tenemos la suerte de vivir una vida cómoda sin preocupaciones laborales o económicas. Una de las que he vuelto a ver estos días ha sido Los olvidados de Luis Buñuel, también he dado un revolcón a todas las de la etapa neorrealista que he encontrado en plataformas. Entre las que he visto están Roma, Ciudad abierta y Alemania año cero de Rossellini, o El Ladrón de bicicletas y El limpiabotas de De Sica. También he revisado cine social más actual como Los lunes al sol de Fernando León, Techo y comida de Juan Miguel Castillo y Sorry We Missed You de Ken Loach.