Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

jueves, 1 de mayo de 2014

Raúl Núñez


Sinatra se parecía a Sinatra. Tenía cuarenta años. No era demasiado alto. Se había empezado a quedar calvo y llevaba el pelo muy corto. Había conseguido un trabajo de portero de noche en la pensión donde vivía. Le salía su habitación gratis y le quedaba un poco de dinero. Hacía un año que su mujer lo había dejado para irse con un negro. Tenía gracia. Le parecía una broma. Siempre que pensaba en ello, una sonrisa torcida aparecía en su boca. La misma sonrisa torcida con la que se enfrentaba al mundo. Ahora no tenía mujer. Le costaba aceptarlo. Se sentía solo.
Sinatra solía pasar las noches escuchando la radio. Programas nocturnos dedicados a gente como él. Le gustaba la música. Una noche había telefoneado a la radio para pedir un disco de Sinatra. No había dicho nada de su parecido ni de su apodo. Lo complacieron, como suelen decir los locutores. Sinatra encendió un cigarrillo y escuchó. No sabía inglés, pero comprendió todo. Se acordó de su mujer. Y del negro. Y volvió a sonreir.

Sinatra. Raúl Nuñez.


**

Yo no hacía nada. Hacía un año que había dejado mi trabajo en la renfe con la idea de convertirme en escritor. De momento no lo había conseguido. Lo único que hacía era sentarme ante la máquina de escribir, mientras mi mujer trabajaba, y quedarme allí, mirándola, sin poder llenar una sola página. Me sentía realmente mal. Mi mujer me reprochaba que no trabajara. cuando comenzaba a decirme todo aquello, me iba al bar de enfrente y me quedaba allí, tomando vino blanco, jugando a la máquina tragaperras o hablando con el camarero.
   Eso era todo.
[...]Era demasiado temprano. Pedí el segundo gintonic del día. García el cuarto. Siempre se repetía la misma proporción, dos suyos por uno mío. Pese a todo, algún día conseguiría igualarlo. Estaba seguro de que la rubia del bar me ayudaría a conseguirlo.
-García, estoy enamorado -dije de repente.
Me miró alarmado. El vaso pareció temblar ligeramente en su mano.
-¿Enamorado? ¿De quién?
-De la puta más bella que haya visto en mi vida.

La rubia del bar. Raúl Núñez.

 

Tenía a Raúl Núñez apuntado en pendientes desde hacía tiempo, desde que leyendo un artículo sobre la novela negra de Juan Madrid (del que he leído prácticamente todo) apareció su nombre. Se le elogiaba como poeta, como novelista y como precursor en España del realismo sucio. Y se lamentaba en aquel artículo su caída en el olvido y su condición de escritor maldito. Busqué sus libros, pero todos estaban descatalogados y dejé de buscar. Hace poco, a raíz de leer una reseña de una de sus novelas, reinicié la búsqueda, y después de patearme todas la bibliotecas públicas de mi ciudad y algunas de la capital, cuando estaba a punto de rendirme y recurrir al mercado de segunda mano, di con las ediciones en Anagrama de Sinatra y La rubia del bar. Me las leí en dos tardes.
 Ya he contado aquí en alguna ocasión que en cuanto a personajes literarios y cinematográficos prefiero a los antihéroes que a los héroes, a los perdedores que a los ganadores, es más,  las historias de  héroes de una pieza, de triunfadores,  me aburren hasta el bostezo. Así que he disfrutado mucho con estas dos novelas llenas de gente desorientada, de fracasados, borrachos, marginados,  prostitutas y escritores malditos que deambulan por bares de mala muerte, bingos, puticlubs y sórdidas pensiones. El escenario de estas novelas es el barrio chino de Barcelona durante los años ochenta. En la literatura de Raúl Núñez no hay florituras, hay  frases cortas y secas que en ocasiones funcionan como ganchos de izquierda que dejan al lector ko. Las novelas de Raúl Núñez no son aptas para alérgicos a las crudas realidades o a las suciedades del arrabal, o para los que no sienten curiosidad por lo que se esconde tras la mirada húmeda de esos borrachos desaliñados acodados en barras de cinc que suelen habitar los pocos bares de antes que nos quedan. Yo siempre he sentido una mezcla de curiosidad y fascinación  por las historias de perdedores y marginados, por las historias de  gente que ha perdido la batalla de la vida. Cuentan que Raúl Núñez fue un escritor maldito que vivió como uno de sus personajes, y que murió solo, pobre y alcoholizado en 1996 en su piso de Valencia. En 2008 un grupo de amigos, entre los que se encontraba Juan Marsé, Joaquín Sabina y Juan Madrid, reunieron toda su poesía en un volumen titulado Marihuana para los pájaros. Ya lo tengo encargado. Pienso leerme todo lo que encuentre de este tipo.