Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

jueves, 6 de marzo de 2014

Despachos de guerra


“A veces, por la noche, todos los ruidos de la selva cesaban de pronto. No había un descenso o un atenuamiento, todo se iba en un solo instante, como si le hubiesen transmitido una señal a la vida: murciélagos, aves, culebras, monos, insectos, conectados a una frecuencia que mil años de selva podían condicionar a recibir, mientras tú, dada tu situación te preguntabas qué no escuchabas ya, pendiente de cualquier ruido, de cualquier fragmento de información. Yo había oído antes esto en otras selvas, en el Amazonas y en Filipinas, pero aquellas selvas eran “seguras”, había muy pocas posibilidades de que hubiese  por ellas cientos de vietcongs deslizándose, acechando, viviendo allí sólo para hacerte daño. La idea de que uno pudiese convertir cualquier silencio súbito en un espacio que llenabas con todo lo que creías que estaba oculto en ti, podía  situarte incluso en las proximidades de la clariaudiencia. Creías oír cosas imposibles: húmedas raíces respirando, fruta sudando, actividad febril de insectos, los latidos de los corazones de los animalitos”
Michael Herr. Despachos de guerra. 1977.
 
 
 
    
Cuando Michael Herr llegó a Saigón en 1967 para cubrir la guerra de Vietnam, tenía veintisiete años y era un escritor en ciernes.  Acudió como corresponsal de la revista Esquire, y sus crónicas escritas a partir de su experiencia directa en los combates y en la jungla junto a los soldados cambiaron la forma de entender el reporterismo de guerra.  Herr se alejó del periodismo que había cubierto la guerra hasta 1967, no escribía cómodamente  desde Saigón, ateniéndose a la información oficial que proporcionaban los mandos militares y enviando despachos a los principales periódicos de Estados Unidos, despachos cargados de propaganda y patriotismo.  Se vistió con ropas de marine, se mezcló con ellos como un soldado más acudiendo a las zonas en las que estaba el fregado  y contó lo que vio.
En 1967 había en Vietnam medio millón de soldados estadounidenses, y  las bajas de militares y civiles se habían multiplicado. En enero del 68 empezó la ofensiva del Tet, los norvietnamitas entraron en Saigón  y un grupo de vietcongs asaltó  la embajada de Estados Unidos. Aquello no era pan comido como había estado contando el gobierno durante años.  En este contexto ya no colaba la versión oficial ni la moral que había impregnado la Segunda Guerra Mundial, el pueblo norteamericano cenaba viendo en los noticiarios las atrocidades de aquella guerra; civiles muertos, marines muertos, soldados agotados y drogados. Allí no había épica ni héroes de una pieza. El gobierno de Estados Unidos se encontró con el rechazo de la opinión pública con respecto a su participación en aquella guerra.  El periodismo oficial que se había hecho hasta entonces dejo de tener sentido y algunos reporteros tomaron conciencia  y empezaron a contar lo que realmente pasaba. La filtración de la matanza de Mi Lay en el 69 es un ejemplo de aquel cambio de tendencia.  
 Las crónicas de Michael Herr recogidas en este libro que acaba de reeditar Anagrama no entran  en debates moralizantes sobre la participación de Estados Unidos, ni en explicaciones oficiales,   son crónicas sobre la experiencia americana en Vietnam  y sobre los hombres que combatieron en aquella guerra. Los que estaban al final de la cadena, después  de los burócratas, de los políticos, de los generales y los agentes de la CIA.  Jóvenes que no sabían muy bien lo que hacían allí, que no sabían lo que era el comunismo ni lo que significaba el mundo libre del que tanto hablaban los gobernantes de su país, chicos poco cualificados, de clase baja en su mayoría, porque los hijos de la gente rica no solían ir a Vietnam y se pegaban  la vida padre sirviendo en la Guardia Nacional.  Entre combate y combate  escuchaban a Jimi HendrixThe Doors y a The Rolling Stones,  y se ponían ciegos de cerveza, bourbon, marihuana y heroína  mientras  el enemigo les esperaba  agazapado  en la jungla, resistiendo a base de agua y arroz. Muchos murieron, muchos acabaron mutilados,  muchos se volvieron locos o drogadictos, muchos  fueron incapaces de digerir el horror que habían vivido y no consiguieron readaptarse a la vida civil.  Esto es lo que cuenta Michael Herr en Despachos de guerra, y lo hace con una libertad, una ironía y una elocuencia que asombran. El libro está envuelto en esa atmósfera tan propia de la juventud estadounidense de aquellos años; cargada de psicodelia, drogas y rock and roll. 
Casi todas las películas que se han hecho sobre la guerra del Vietnam han mamado de este libro, en casi todas hay escenas inspiradas en él o adaptadas directamente. Michael Herr colaboró en el guión de Apocalypse Now de Coppola, y en el de La chaqueta metálica de Kubrick,  probablemente las dos mejores películas que se han rodado sobre aquella guerra infernal.  Con el tiempo Platoon de Oliver Stone ha quedado algo eclipsada por las dos mencionadas, pero a mí me sigue pareciendo un peliculón.
 
 
-Despachos de guerra. Michael Herr. Anagrama (Otra vuelta de tuerca). septiembre de 2013. 18,50 euros. Lo presto.