Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

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domingo, 14 de julio de 2013

La memoria de Buñuel


A raíz  de  leer el ensayo de Manuel  Hidalgo, El banquete de los genios. Un Homenaje a  Luis Buñuel, he leído  las  memorias del  maestro de Calanda:  Luis Buñuel.  Mi último suspiro. Me  lo he  pasado  teta. Un libro honesto y sin pretensiones  en el que  Buñuel hace recuento de  su vida y de sus  películas. Buñuel habla sin tapujos de Dalí, de Lorca, del surrealismo, de  la guerra  civil, del franquismo, de su militancia comunista, de su  ateísmo, de Calanda, de la  residencia de estudiantes de Madrid, de París, de México, de  Hollywood y de  su manera de entender el cine. También del tabaco y del alcohol, dos de sus grandes pasiones.
Si se me apareciera Mefistófeles, para proponerme recobrar eso que se ha dado en llamar virilidad, le contestaría: <<No, muchas gracias, no me interesa; pero fortaléceme el hígado y los pulmones, para que pueda seguir bebiendo y fumando>>”
Un libro sin florituras  escrito con sencillez. Buñuel reconoce que no es hombre de  letras y que  contó para escribir sus memorias con la  colaboración de  Jean Claude Carriére, con el  que mantuvo largas conversaciones durante años.

Hace años dedicaron un ciclo a  Luis Buñuel en la Filmoteca Española y proyectaron todas sus películas. Las vi prácticamente todas. Por aquel entonces  yo trabajaba en Madrid, por Moncloa,  salía de currar a las  tres comía algo por ahí  o el menú del  restaurante del Doré y me metía en la sesión de  las cinco y media,  a  veces había sesión doble y salía  del cine de noche, bajaba por la calle  Atocha hasta la estación ensimismado  con lo que había visto y cogía el cercanías de vuelta a Alcalá de Henares. A veces quedaba con algún amigo otras  iba sólo. Lo que más echo de  menos de trabajar en la capital son  las  sesiones de  cine en la filmoteca sólo o con amigos que me  pegaba después de  salir de  trabajar. Cuando eran con amigos, alguna  vez la sesiones en  la  filmo acabaron en juergas hasta el amanecer, incluso en ir  a trabajar de empalmada. Lo de las juergas ya  no lo echo de menos, lo de  ir a  la filmoteca tres veces por semana sí, mucho.  Pero me estoy yendo por las ramas contando batallitas sin ir al grano, el  grano es Buñuel, sus memorias y sus  películas.


Estos días en casa después de leer sus memorias  he vuelto a ver algunas películas de Buñuel. Lo que más  me ha  llamado siempre la  atención del cine de  Buñuel es  su libertad. Cada película de  Buñuel fue un pelotazo en su tiempo, todavía lo son vistas hoy. Probablemente Buñuel ha  sido uno de los directores  más  libres de la historia del cine. En sus memorias cuenta una anécdota que ilustra  muy bien su manera de  entender el cine y la  diferencia entre un director autor dueño de todo el proceso como era él  y un director de Hollywood sujeto a  las  órdenes  de  los  estudios  y los productores. Buñuel cuenta que en un encuentro en  Madrid con Nicholas Ray, este le preguntó cómo se las  apañaba para hacer películas  tan  libres e interesantes con tan poca pasta, Buñuel  le  contestó que para él el presupuesto no era un problema, que  él  adaptaba la historia al presupuesto que tuviera.  La  modestia de  su presupuesto era la condición de su  libertad. Buñuel aconsejó a Nicholas  Ray (en pleno  apogeo de su carrera), que aprovechara su éxito como cineasta para hacer un experimento. “Usted se lo puede permitir todo. Intente conquistar esa libertad” le dijo Buñuel al director de En un lugar solitario. Buñuel le aconsejó que en lugar de rodar una película por cinco millones de  dólares, rodara  una  por cuatrocientos  mil y vería como notaba la diferencia. Nicholas Ray le contestó que ni hablar, que si hacía  eso en Hollywood pensarían que estaba en decadencia, acabado, y nunca volvería a rodar nada. Buñuel cuenta cómo aquella conversación le entristeció y cómo nunca podría  haberse adaptado al sistema hollywoodiense. Buñuel nunca hizo cine pensando en la taquilla, ni en la industria del entretenimiento, ni siquiera pensaba en el espectador. Dos mundos, dos vidas, y dos maneras de entender el cine. El tema del director  autor es  interesante, en El banquete  de los  genios, que no me  canso de recomendar,  Manuel Hidalgo dedica  un capítulo al  tema, Un  autor y diez directores, no tiene desperdicio.
Del cine de Buñuel ya se ha dicho de todo, nada  nuevo puedo añadir yo, sólo aconsejar que veáis y reveáis algunas de sus películas. Leer las memorias de Buñuel me ha servido para confirmar lo que ya sospechaba: del cine  de Buñuel se han dicho gilipolleces por un tubo, tanto por parte de sus  entusiastas como de sus detractores. El propio Buñuel  se sorprende y se ríe en sus  memorias de las interpretaciones  rocambolescas que algunos han querido ver en sus películas, tanto en lo  que se refiere al  tema de los  sueños y el  surrealismo tan presente en su filmografía como a la intención política de algunos de sus films.
Viridiana, El ángel exterminador, Los olvidados, Tristana, El discreto encanto de la burguesía y La vía láctea son algunas de mis favoritas, aunque de su etapa mexicana hay  auténticas joyitas que han pasado más  desapercibidas, como Él o Abismos de pasión, la adaptación de la novela Cumbres borrascosas, que  a mí me gusta más que la versión de  William Wyler.
Ayer me calcé seguidas Los olvidados  y La vía láctea. Los olvidados es la película  que más me gusta de Buñuel, una película realista y social que a la vez muestra algunos de los temas  preferidos del director; lo  irracional, lo instintivo, el mundo de los sueños, el deseo insatisfecho…  La película trata sobre los niños  abandonados de México. El hambre, la pobreza  y la miseria es lo que convierte a los niños en criminales. Hay un fondo dickensiano en la cinta, es  inevitable acordarse de Oliver Twist cuando uno ve Los olvidados, sin embargo en esta película no  hay lugar para el optimismo y el sentimentalismo que tanto le gustaba al viejo Dickens. Buñuel cuenta que con Los olvidados  quería evitar a toda costa la dulcificación de la miseria  y de  los pobres tan habitual a la hora de  tratar estos  temas. “Traté de denunciar  la triste condición de los  humildes sin embellecerla, porque odio la dulcificación del  carácter de los pobres”, y vaya  si lo consiguió, en Los olvidados no hay ni gota de almíbar, es  dura, seca y sobrecogedora. Buñuel cuenta en sus memorias que hizo trabajo de campo, se disfrazó con sus ropas más  viejas y recorrió durante meses los arrabales de México DF, mirando, escuchando y preguntando. Los olvidados es una  película  de  denuncia que se limita a  mostrar una realidad dejando la  solución del problema a “las fuerzas progresivas de la sociedad” ¿ironía de  Buñuel esta frase de la introducción?, que cada uno  juzgue si hemos progresado mucho en este sentido desde 1950.  A los que tengan dudas les recomiendo un documental, Los desheredados de Manila 
El Jaibo seduce a la madre de Pedro en Los olvidados. Nadie como Buñuel a la hora de rodar planos protagonizados por un buen par de piernas de mujer. Los mejores planos de piernas de la historia del cine creo que son los del director aragonés. Bellísima Estela Inda por cierto.
Siempre se habla de Buñuel como autor, como artista, como  transmisor  de  un universo  propio, pero Buñuel aparte de un artista era un gran director de cine, un buen técnico, un figura con la  cámara. En Los olvidados al ser una película más formal se  aprecia muy bien la pericia de Buñuel en este sentido. Los olvidados se rodó en 21 días y con cuatro perras.
La vía  láctea es otra cosa, Buñuel en estado puro, cada vez que la  veo me  pregunto cómo  dejaron al de Calanda hacer esta gamberrada. Buñuel era un ateo  muy particular (ateo gracias a Dios decía siempre), un ateo obsesionado con Dios, con la  religión y  con la iglesia, lector  empedernido de la Biblia y de tratados de religión, aficionado a  disfrazarse de cura o monja y amigo  de frailes  y sacerdotes. No era un ateo visceral, incendiario y comecuras, sabía de lo que  hablaba cuando trataba de Dios, la religión y la iglesia. En esta película  no hay un argumento formal, Buñuel,  se  pasa  por el arco del  triunfo el espacio,  el tiempo, el planteamiento, el  nudo y el desenlace. Dos  vagabundos franceses salen de París y van de peregrinaje a Santiago de  Compostela, por el  camino, liberados del tiempo  y  el espacio se tropiezan con personajes y situaciones relacionados con la religión. La película engancha un gag tras otro y tiene momentos  muy divertidos, como las  refinadas  disputas que mantienen en un restaurante camareros y clientes sobre la existencia de Dios o la  naturaleza  de Cristo, o el duelo a espada entre un jansenista y un jesuita mientras discuten cuestiones teológicas. Buñuel, después  de  leer  la  obra de  Menéndez Pelayo, Historia de  los heterodoxos españoles  quería hacer una película sobre las herejías de la religión cristiana. Se documentó bien, investigó y leyó sobre el tema durante dos meses. Por la película desfilan entre otros; el Marqués de Sade, el obispo Prisciliano, Lucifer y Jesús de Nazaret. En sus memorias, Buñuel afirma que todo lo que se ve y se  oye en la película se sostiene sobre documentos auténticos.





La vía láctea. Camareros disertando sobre la naturaleza de Cristo.



Contra pronóstico  la  película tuvo una acogida razonable. Hubo reacciones contradictorias, unos hablaban de una película contestataria antirreligiosa y anticlerical y a otros les pareció demasiado mansa, Julio Cortázar llegó a decir que estaba pagada por el Vaticano. Esto es lo que dice Buñuel al respecto en sus memorias.
“Estas querellas de intención me dejan cada vez más indiferente. A mis ojos La vía láctea no está  a favor ni en contra de nada. Aparte de las situaciones y de las disputas doctrinarias auténticas que la película mostraba, me parecía ser ante todo, un paseo por el fanatismo en que cada uno se aferraba con fuerza e intransigencia a su parcela de verdad, dispuesto a  matar y morir por ella.”
Ahí queda eso. Siempre se habla del fundamentalismo religioso,  pero a  mí me provocan el mismo rechazo los fundamentalistas de la religión que los fundamentalistas de las ideas. Los fundamentalistas ideológicos que rinden culto a la intolerancia, los que consideran enemigos a los que no piensan como  ellos tienen más  peligro que un chimpancé con un revólver, sobre  todo cuando tienen público. Los hay de todos los colores. A algunos se les  ve venir, otros son lobos con piel de cordero. En este sentido hay unas palabras de Buñuel en sus memorias que me han gustado mucho.
“No me gustan los poseedores de la verdad, quienesquiera que sean. Me aburren y me dan miedo. Yo soy antifanático (fanáticamente)”
Las memorias de Buñuel me han curado de muchos tópicos que tenía asumidos sobre él, y me han permitido revisar sus películas con otra mirada.
Os dejo  por aquí algunos enlaces y algunos libros sobre Buñuel, y os informo de que a finales de este mes se cumplen treinta años de su muerte y empieza en la Filmoteca Española un ciclo: Luis Buñuel. 30 años. El ciclo empieza el Viernes 26 a las 18:00 con la proyección de Un perro andaluz (Un chien andalou) y La edad de oro. Os adjunto también el enlace de la filmoteca. La filmoteca es un cine bueno, bonito y barato (2,50 la sesión, 20 euros el bono de 10 sesiones) que todo el que visite Madrid debería conocer.  
Saludos cordiales. 

- El libro Luis Buñuel. Mi último suspiro es fácil de encontrar en la sección de biografía de las bibliotecas públicas. Hay edición en Debolsillo por 10 euros.
-La única biografía de Buñuel que conozco es Luis Buñuel: biografía crítica, de J Francisco Aranda. Creo que está descatalogada.
-Página de la Filmoteca Española
-Programación Cine Doré mes de Julio
-Los olvidados. Pelicula completa compartida en Vimeo. Gracias a Exilio Regreso
-Documental "A propósito de Buñuel" completo compartido en Vimeo. Gracias a ruizdechavez.
-Documental Los desheredados de Manila emitido en La noche temática de Televisión Española en enero de 2011. Compartido en Vimeo. Gracias a Miguel Angel.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Dickens, la Navidad y los papanoeles trepadores.

Dickens fue unos de  los grandes novelistas del siglo XIX junto con Zola, Tolstoi, Sthendal, Galdós  o Clarín, y fue de los primeros en desviar la mirada hacia la tragedia y la miseria que la vida moderna, la revolución industrial y el desarrollo  urbano dejaban a su paso, poniendo el dedo en la llaga de la cochambre, el charco y la pobreza que la sociedad victoriana de su tiempo  escondía, sin mucho disimulo, debajo de la alfombra. Dickens  escribió unas quince novelas pero su libro más popular, el más editado y del que se han  hecho más adaptaciones fue Canción de Navidad, hay versiones teatrales, musicales y cinematográficas a porrillo.
 Ayer me pasé toda  la tarde leyendo Canción de Navidad en una edición muy chula que me regaló mi hermana hace un par de años, lo leí de una sentada espachurrado en el sillón mientras en la  calle llovía y hacía frío. El rico y avaro Scrooge, el pequeño Tim y los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras forman parte del  imaginario popular. En este cuento, como en todos sus libros,  Dickens hace crítica de una sociedad que explotaba a los pobres sin despeinarse. Algunos dicen que este libro publicado en 1843 cambió la manera de celebrar la Navidad, por lo visto en 1843 lo de las navidades estaba de capa caída, y este cuento de fantasmas  contribuyó a animar la cosa y a recuperar el espíritu navideño. Me parece a mí que a Dickens no le gustaría mucho el mundo de hoy, ni las navidades de hoy, en mi opinión,  la que liamos en nuestros días entre el 1 de diciembre y el  6 de  enero nada tiene que ver con lo que pretende transmitir el libro. El caso es que después de leer a Dickens, me he acordado de cuando me gustaban las navidades, de cuando era niño y montaba el belén con mis hermanos, de la cabalgata, de la noche de reyes y todo lo demás, era muy divertido. Luego uno fue perdiendo la inocencia, la ilusión y la fe, y empezó a despotricar y a llenarse de  prejuicios con respecto al tema.
Lo que más me mosquea de las navidades de estos tiempos es la moda de los papanoeles trepadores, cada año son más, están por todas partes, a principios de Diciembre aparecen dispersos, el día 24 serán legión.
La primera vez que vi a Papa Noel fue en casa de un vecino del bloque de viviendas militares en el que vivíamos en Jerez de la Frontera, yo tendría siete u ocho años. Mi vecino se llamaba Dani y era medio inglés, su padre era del Cuerpo de Ingenieros y de Toledo, su madre,  Susan, era ama de casa y de Inglaterra.  Lo que más me gustaba de bajar a casa de Dani era jugar con los Geyperman vaqueros que tenía con caballo y todo, que eran una pasada, comer  las galletas rellenas de limón que nos daba su madre, que estaban cojonudas, y escucharles hablar en inglés. Dani y sus hermanos hablaban en inglés con su madre y en español con su padre. Yo al principio no sabía que hablaban inglés, hablaban raro sin más, fue mi padre el que me aclaró que no es que hablaran raro sino en otro idioma. No fui a colegio bilingüe.
Un día, en vísperas de Navidad, bajé a jugar a casa de Dani y vi colgado del picaporte de su habitación un calcetín rojo enorme. Eso qué es, es un calcetín para que Papa Noel meta los regalos,  y ese quién es, es un señor que trae regalos a los niños el día de Nochebuena, Dani sacó una tarjeta con un dibujo de Papa Noel y me lo enseñó; gordinflón, abuelete, mofletes sonrosados, pelo y  barba blancos, vestido de rojo y tocado con un gorro con borla. Dani me dijo que se movía en un trineo tirado por renos,  que uno de los renos se llamaba Rudolph…, y que entraba en las casas por la chimenea..., pues en tu casa no hay chimenea…, se quedó seco, gran tipo Dani, uno de mis mejores amigos de la infancia, a menudo me acuerdo de él. La primera impresión que me causó Papa Noel fue bastante mala, me pareció un flojo y un patán en comparación con gente seria como los Reyes Magos, esa es la verdad. Desde entonces no le soporto.
Le pregunté a mi padre por qué Papa Noel no pasaba  por casa el día de Nochebuena, mi padre me dijo que Papa Noel sólo se pasaba por casa de los niños ingleses y americanos. Cuando yo era niño en mi casa no había Papá Noel ni árbol de Navidad, había portal de Belén y Reyes Magos. La Navidad empezaba el 20 de Diciembre, cuando nos daban las vacaciones y montábamos en familia el belén, era cuando sólo había dos canales en la tele y  el cine norteamericano todavía   no había entrado en las casas del españolito medio, ni habíamos empezado a adoptar sus clichés navideños.  Poco tardaron los grandes almacenes  en abrir el melón e importar el modelo, convirtiendo la Navidad, una fiesta religiosa,  en un carajal lleno de luces, tarjetas echando humo y papanoeles trepadores.
 No me gusta la Navidad, pero no por una cuestión religiosa, no me gusta por el empacho de luz y color, consumismo compulsivo, solidaridad de salón y buen rollo impostado  que supone. Todos los años amenazo con quedarme solo en casa en Nochebuena,  zampándome un whopper y bebiendo birra fría en calzoncillos mientras me veo una del oeste, pero nunca cumplo, y acabo hecho un pincel donde me toque pasándolo de puta madre. Eso sí, sé por qué me junto en Nochebuena, a pesar del árbol, el moñas de Papa Noel y el Corte Inglés, por tradición, la tradición que hace que cada 24 de Diciembre nos juntemos para celebrar una fiesta cristiana, el nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén. No soy creyente y celebro la Navidad sin fe, pero me toca las pelotas que muchos comecuras intenten quitarle el sentido religioso  haciendo hincapié en lo que se ha convertido la cosa a causa de la sociedad de consumo, (éstos también se ponen flamencos y se juntan para comer y beber de lo bueno), quédate en casa cenando una pizza recalentada  y no me toques las pelotas con lo de la fiesta pagana, me vas a contar tu a mí por qué me junto yo en Nochebuena.
 Saludos cordiales…, ah no, feliz Navidad, y no olvidéis leer a Dickens todo el año.

domingo, 20 de mayo de 2012

Dickenslandia


Leyendo un artículo sobre el bicentenario de Charles Dickens, me he enterado de que hace tres años abrieron cerca de Londres un parque temático llamado Dickens World, un Dickenslandia que recrea el viejo Londres victoriano de las novelas del célebre escritor. Con sus calles, sus chabolos, su río pestilente, su niebla, sus efectos especiales y sus actores disfrazados de Oliver Twist, el viejo Fagin, Scrooge, y los Cooperfield. Sin olvidar a policías, raterillos, condenados, rameras, y otra gente de mal vivir que tanto le gustaba a Dickens meter en sus novelas. Tampoco faltan los números musicales,  los restaurantes y las tiendas de merchandising claro. Lo venden como la inolvidable experiencia de entrar en el universo Dickens.  La inversión fue de 80 millones de libras, un pastizal que ya habrán amortizado, porque el parque por lo visto se peta.
La apertura del parque tuvo su controversia como os podéis imaginar. Por un lado estaban los puristas, los escritores, los profesores de literatura, los intelectuales, la gente de letras en general. Estos hablaban de una banalización del escritor y su obra, y acusaban a los magnates de la industria del entretenimiento de fomentar lo superficial lo vulgar y lo mediocre. Por otro, los magnates de la industria del entretenimiento, argumentaban que era una buena forma de acercar la figura de Dickens al público en general, no sólo a los niños, (en esto del público en general insistían bastante), y acusaban a los puristas de esnobs, elitistas, culturetas, pedantes y otras lindezas por el estilo. Probablemente tienen razón, el tema tampoco es como para rasgarse las vestiduras. Mientras no sustituyan las bibliotecas por parques temáticos de escritores la cosa no es tan grave ¿os imagináis un Cervantesworld o un Galdoslandia?, mejor no dar ideas.

Esto me ha recordado un libro muy recomendable titulado "El estilo del mundo" en el que Vicente Verdú habla entre otras cosas de la industria del entretenimiento, y de esa consigna tan de moda que es "divertirse hasta morir". Verdú lo llama infantilización de la cultura, esa tendencia cada vez mayor de fusionar cultura con entretenimiento y diversión a tope. Para qué leer las novelas de Dickens, si puedes vivirlas y sentirlas todas juntas en cartón piedra durante unas horas. Leer es aburrido, Dickenslandia es entretenido, y además rápido. Porque de lo que se trata es de sentir y emocionarse sin comerse el tarro, sin que nos masquen la chapa, sin tener que leerse un tocho de seiscientas páginas, leer cansa, reflexionar es agotador.
Me pregunto qué sentido tiene viajar a Dickenslandia, pudiendo leer y releer en casa las novelas de Dickens. Yo no cambio un día pagado en Dickenslandia por una tarde en el sillón de mi casa leyendo David Cooperfield.  Seguro que por el precio de una entrada te puedes comprar en bolsillo, OliverTwist, David Cooperfield, Grandes esperanzas y Canción de navidad. Y si te vas a la biblioteca municipal del barrio te sale el viaje gratis. Además Dickens lo ponía  fácil, era un seductor, sabía cómo atraparte desde la primera página con sus personajes y sus tramas. Sus novelas están escritas con sencillez pero sin ser simples o superficiales. Dickens es de los que no necesita ponerse críptico para profundizar. Es cierto que se pone demasiado sentimental a veces, pero yo soy un sentimental y eso me gusta. Sus novelas están llenas de humor y fina ironía, este recurso lo utilizaba Dickens para denunciar  la injusticia social de la Inglaterra victoriana que le toco vivir. Oliver Twist es una novela sobre los olvidados, sobre los suburbios, sobre el sumidero de la ciudad de Londres.

Aquí Dickens en su escritorio pegando una cabezadita. El cuadro se llama "Dickens´s  Dream" y lo pintó un tal William Buss en 1870. Mola.

Con Dickens pasa como con Galdós. Cuando uno lee Oliver Twist o Fortunata y Jacinta,  parece como si tuvieran una maqueta del Londres o del Madrid de su tiempo  junto al escritorio, con la gente a escala y todo. Una maqueta a la que se acercaran de vez en cuando mientras escribían para ver qué pasaba por las calles de la ciudad, y en la que pudieran  levantar los tejados de las casas para ver lo que ocurría en las cocinas, en las buhardillas, en los cuchitriles, en los salones, en las tabernas y en los cafés. Para ver lo que le pasaba a la gente en su día a día, en su vida cotidiana. Dickens, como Galdós, escribía sobre la gente, sobre lo que les pasaba por dentro y por fuera.
Muchas novelas de Dickens se han llevado al cine. Yo me quedo con la adaptación de David Cooperfield de George Cukor, creo que es de 1935, y con la de Oliver Twist de David Lean que es de 1948, la adaptación de Roman Polanski de 2005 también está muy bien. Luego está Los Olvidados, que yo la veo como un Oliver Twist pero a la manera de Buñuel claro, qué gran película.
 Yo empecé mal con Dickens porque leí Oliver Twist en una edición traducida bastante mala. Fue cuando descubrí que una mala traducción puede joder  un gran libro, y que los que no sabemos idiomas y nos gusta leer tenemos que estar al loro con lo de las traducciones, o eso o aprender idiomas claro, yo llevo aprendiendo inglés treinta años y no paso del nivel medio, dentro del nivel medio hay un margen de cojones ya sabéis, yo estoy al principio, lamentable.

El año pasado me regalé David Cooperfiled de la editorial Alba, traducida por Marta Salís, con las ilustraciones originales de Phiz. Un lujo, me costó 38 eurazos, más o menos lo que debe costar entrar en el Dickenslandia de cartón piedra. Leer David Cooperfiled hundido en el sillón, eso sí que es vivir a Dickens. Lo tengo aquí, es un buen tocho, el primer capítulo  empieza así…
















¿A que es difícil dejar de leer un libro que empieza así?, esto no lo supera el Dickenslandia con su cartón piedra.