"En casa, yo insinuaba lo que veía, pero
como siempre, cuando se comunica a las personas algo horroroso y algo espantoso
y algo inhumano y algo totalmente atroz, no me creían, no querían oírlo y
calificaban de mentira, como han hecho siempre, la espantosa verdad. Pero no
hay que cesar de decirles la verdad, y las observaciones horrorosas y
espantosas que se hacen no deben callarse en ningún caso ni tampoco
falsificarse siquiera. Mi tarea sólo puede ser comunicar mis observaciones, da
igual cuál sea su efecto, siempre las observaciones que me parezcan dignas de
ser comunicadas, contar lo que veo, o lo que, en mi recuerdo, veo todavía hoy
cuando, como ahora, miro treinta años atrás, muchas cosas no están ya claras,
otras están supernítidas, como si hubieran ocurrido ayer. Para salvarse,
aquellos a los que se habla no creen, y a menudo no creen ni lo más natural. El
hombre no se deja aguar la fiesta por el aguafiestas. Durante
toda mi vida he sido uno de esos aguafiestas, como me calificaban siempre mis
parientes; ya mi madre, hasta donde puedo recordar, me llamaba aguafiestas, mi
tutor, mis hermanos, siempre fui un aguafiestas, con cada aliento, con cada
línea que escribo. Mi existencia, durante toda mi vida, ha molestado siempre.
Siempre he molestado, y siempre he irritado. Toda mi vida como existencia no es
otra cosa que un molestar y un irritar ininterrumpidos. Al llamar la atención
sobre hechos que molestan e irritan. Unos dejan a las personas en paz, y otros,
y entre esos otros me encuentro, molestan e irritan."
Thomas Bernhard. El sótano.
Me habían dicho que leer a Bernhard tenía sus
riesgos, que sus libros podían cambiar la vida de las personas que los leían, o
al menos, hacerles replanteársela. Por lo que llevo leído de Thomas
Bernhard puedo afirmar que es uno de esos escritores que le hacen a uno
tambalearse continuamente, sus párrafos son cañonazos que destrozan verdades
asumidas, tópicos y lugares comunes. La libertad de Bernhard para afirmar
ciertas cosas asombra, sobre todo en estos tiempos en los que la cultura del
eufemismo y la corrección política se ha impuesto llegando a
niveles casi dictatoriales. El miedo a ofender se ha convertido en una
obsesión que hace que se evite, cayendo en la ridiculez y en el absurdo, llamar a las
cosas por su nombre. Otra alergia de nuestro tiempo que señala Bernhard
es la alergia a las crudas realidades, a las verdades incómodas, la
costumbre de no querer ver, de mirar hacia otro lado, de edulcorar
la realidad o evitarla cuando duele o molesta. Para confirmar esto solo
hay que ver en lo que se han convertido los informativos que se emiten en televisión: programas de
variedades en los que se mezcla y se confunde todo; fútbol, actualidad
política, moda, guerras, alta cocina, miseria, ricos y famosos, crisis
económica e información meteorológica; en invierno hace frío, en
verano hace calor, en otoño llueve, y en primavera hay polen por un tubo, qué notición. La
montonera superficial con la que nos chorrean los informativos, tapa y
disimula la información verdaderamente importante. Curiosamente este mismo
sábado he sido una vez más testigo y víctima de esta tendencia a la banalización de
nuestros medios de comunicación, en este caso de nuestra televisión pública,
que ha mandado a las catacumbas de la franja horaria televisiva Informe semanal
(de las derivas de la cadena pública en función del gobierno de turno hablamos
otro día), para colocar un concurso de aspirantes a David Bisbal y así competir
en horario de máxima audiencia con los programas de telecaca de algunas
televisiones privadas. La cultura del entretenimiento es lo que tiene, que es
muy entretenida, primero divertir y ya veremos cuándo y cómo informamos, es el lema de estos tiempos "Divertirse
hasta morir". Como dice Thomas Bernhard "El
hombre no se deja aguar la fiesta por el aguafiestas”. Así
nos va claro.
He empezado con los relatos autobiográficos de Bernhard: El origen, El
sótano, El aliento, El frío y Un niño, me los terminé anoche y cuando
apagué la luz me costó conciliar el sueño. En estos días dedicados a Bernhard
no he dejado de pensar en Bernhard y en lo que he leído en los libros de
Bernhard. Desde hoy pongo a los libros de Thomas Bernhard en busca y captura, los
buscaré en las bibliotecas públicas, en las librerías, en las tiendas de libros
de segunda mano y debajo de las piedras. Ya tengo Corrección esperándome en la
mesilla, me pondré con él en cuanto publique esta entrada.
Thomas Bernhard nació en Heerlen (Países Bajos) en 1931. Su
infancia y su adolescencia estuvieron marcadas por carencias
económicas y afectivas y por la mala salud. Bernhard fue un enfermo durante toda su vida. Su abuelo, con el que mantiene una estrecha relación, le inculca la afición por la literatura y la música. A los once años ingresa en un
internado en Salzburgo, donde permanece desde 1942 hasta 1947 y en el que sufre los
estragos de la educación nacional socialista durante la guerra y los
de la educación católica durante la posguerra. En 1947, con dieciséis años,
horrorizado y asqueado de los métodos de enseñanza de aquel sórdido colegio toma una decisión radical, camino del internado decide dejar los estudios, da la vuelta, acude a
una oficina de empleo y se ofrece para trabajar de aprendiz en una tienda de
alimentación del barrio más pobre de la ciudad. Esta actitud de ir a contracorriente, “en la dirección opuesta” (frase muy
repetida en sus relatos autobiográficos) será una constante en su vida. El
trato con las gentes sencillas y el pueblo llano, el contacto con el arrabal, será una experiencia
esclarecedora para él. Poco después enferma de una pleuresía y pasa años dando
tumbos por sanatorios y hospitales. En 1955 se traslada a Viena con una beca
para estudiar música pero finalmente se decide por el teatro, realiza
diferentes trabajos de subsistencia, desde cuidador de ancianos a conductor de
camión. Comienza a viajar y a escribir poemas, novelas y obras de teatro, empieza a ser conocido, llegan los
premios, las polémicas, los insultos, y
los procesos judiciales. En Austria era más famoso por sus polémicas que por
sus obras. Se traslada a una pequeña aldea
y vive en un enorme caserío reconstruido por él, allí lleva una vida de
eremita. Llega la fama, el reconocimiento y la aceptación. Su salud empeora día
a día y cada vez tiene más problemas para poder escribir. En 1989 muere en
su piso de Gmunden, Alta Austria, donde se había trasladado en 1965. Su muerte
coincide con su consagración como escritor y con el reconocimiento internacional de su obra por parte incluso de los sectores
más conservadores. En su testamento Bernhard sigue aguando la fiesta al
personal, prohibe publicar editar y leer públicamente su obra en Austria, país
al que ama y odia a partes iguales.
Bernhard fue un tocapelotas, una mosca cojonera y un
aguafiestas (como el mismo se definía) que escribió sin tapujos sobre el ser humano, la
religión, la política, la educación, la familia, la muerte y otros temas de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Es cierto que exagera, pero en esa
exageración, en esa vehemencia, en esa provocación deliberada, se hacen evidentes las verdades incómodas que nos empeñamos en ignorar y esconder. Bernhard era
libre e independiente, y no se subía al carro de
las indignaciones dirigidas, las disidencias de moda o las batallas de partido. No dependía de
ningún pesebre para sobrevivir y eso se nota en su literatura. El mérito de
Bernhard no está solo en que sus libros provocan y remueven conciencias,
también en su estilo, en su prosa adictiva y maravillosa.
- Thomas Bernhard. Relatos autobiográficos. Anagrama. 2009. 20 euros. 489 páginas.
- Lo libros de Thomas Bernhard son fáciles de encontrar en bibliotecas públicas. Las novelas o relatos autobiográficos mencionados se recogen en la edición que Anagrama publicó en 2009. Antes, la misma editorial publicó estas novelas por separado. Recomiendo la edición de 2009 que los recoge todos juntos.