Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

miércoles, 22 de agosto de 2012

De Conil a El Tiemblo



Me he escapado unos días al sur, y entre baños, paseos por la playa, cervezas frías, tortillitas de camarones, lecturas, jotabés con hielo, y puestas de sol, he estado pensando en los veranos de antes. Cuando éramos niños nos íbamos de veraneo cosidos a nuestros padres donde nos llevaran, a la playa, de campamento o al pueblo (el que lo tenía) y éramos felices en cualquier parte. Uno terminaba el colegio o el instituto y empezaba el veraneo, que duraba tres meses, de Junio a Septiembre, ahora lo que dura tres meses es el verano, el veraneo dura lo que se puede, lo que uno se pueda escapar, lo que permita el trabajo y las circunstancias…, vivir en Madrid y no tener playa ni pueblo es duro.
También me he acordado de las escapadas de verano que hacíamos sin planear, las que se planteaban de un día para otro, sin reservar hotel o apartamento. El primer verano que me escapé por libre fue el del 92, nos metimos cuatro en un Fiesta L y nos recorrimos el norte durmiendo en campings, al raso, o en el coche. Teníamos 18 años, no éramos escrupulosos y había mucho por estrenar. Otra escapada de verano que recuerdo con cariño es la primera que hice con coche propio, el primero que tuve, era un Polo de 40 caballos, 900 centímetros cúbicos y cuatro velocidades, nos metimos cinco con las mochilas sobre las piernas y nos fuimos a Alicante. Una noche de conga paramos a repostar, y yo, por circunstancias que no vienen al caso me equivoqué de manguera y en lugar de gasolina eché mil pelas de gasoil, mis amigos lejos de aportar soluciones se limitaron a deshuevarse dentro del coche mientras yo confirmaba con cara de gilipollas que la manguera negra correspondía al Gasóleo A.  Para compensar la cagada llené lo que quedaba con gasolina 95 y seguimos con la conga, excepto por el humo blanco y algún que otro tirón, miel sobre hojuelas. Los carburadores de antes tragaban con todo. Éramos gente joven e irresponsable.

Estos días en la playa, aparte de no hacer nada he leído algo, he estado dándole a la novela y a la poesía. Me llevé Robinsón Crusoe de Daniel Defoe y una antología poética de Luis Cernuda. Cernuda y Gerardo Diego son los poetas que más me gustan de la generación del 27, leer De los placeres prohibidos, No es el amor quien muere, o He venido para ver tirado en la tumbona mientras caía el sol ha sido la felicidad.  Robinson Crusoe  lo había leído hacía muchos años en una edición juvenil abreviada, de las que se centraban en la aventura y desechaban la parte psicológica, filosófica y moral de la historia para hacerla más ligera para los chavales, así que volver a leerla ahora en una edición completa ha sido como leerla por primera vez. Robinson Crusoe es vomitado por el mar en una isla desierta pero el destino y la suerte, el tiene fe y cree que es la providencia, le ofrecen la posibilidad de rescatar del barco naufragado lo necesario para vivir allí, esta circunstancia le salva de morir de hambre, una Biblia encontrada en un arcón le salva de volverse loco. La novela es de 1719, y está escrita en pleno contexto del colonialismo británico. Así que la moraleja es muy de la época; un hombre cristiano y civilizado con los medios necesarios es capaz de sobrevivir a cualquier circunstancia, es capaz de convertir una isla desierta en un vergel, en un país, en una prolongación del imperio. Más que las moralinas de su tiempo, me ha gustado el tema del hombre y su circunstancia, el planteamiento de vida que hace el náufrago con lo que tiene. Robinson se acostumbra a la soledad y a vivir de sus propias manos, las costumbres, la rutina, y un libro, le salvan del hambre y el desquiciamiento, realmente necesitamos muy poco para vivir. Después de 11 años en la isla, cuando mejor está Robinson con su soledad, su huerto, y su Biblia, resignado e incluso feliz de vivir y morir allí, aparecen huellas de pisadas en la playa. No estás sólo amigo. Gran libro, un clásico para leer y releer. Si os animáis, buscar la edición de Edhasa traducida por Enrique de Hériz.
Después de volver de la playa, Inma me invitó a pasar unos días en su pueblo, El Tiemblo, Ávila, y dije que sí claro, en El Tiemblo no hay playa, ni tortillitas de camarones, pero hay monte, patatas machaconas, pantano, verbena, y biblioteca municipal, un lujo. En El Tiemblo he empezado a leer La montaña mágica de Thomas Mann, y no paro, estoy enganchado.  Como podéis ver he tenido un veraneo de los buenos, he veraneado como mandan los cánones, pueblo y playa, soy un tipo afortunado.
 Ahora con la vuelta a la rutina y la llegada del nuevo curso, el año empieza en Septiembre, me he propuesto lo de siempre; salir todos los días a andar rápido (correr es de cobardes), estudiar inglés, y conseguir terminarme el Ulises de Joyce. Con lo primero que pierdo el entusiasmo es con lo de hacer ejercicio, el dos de Septiembre ya me habré desinflado. Lo del inglés me dura algo más, empiezo bien, a galope tendido, dos horitas diarias, pim pam, dándolo todo. A las dos semanas pierdo fuelle y empiezo con el trote cochinero, levanto la vista del inglés y empiezo a echar miradas distraídas a las lecturas pendientes en la librería, o me pongo a pensar en pelis, esta llevo un huevo sin verla, esta la tengo que ver…en fin que dejo de hacer lo que debo  y acabo haciendo lo que me gusta. Consuelo mi mala conciencia viendo películas en versión original, me pongo mis favoritas, de las que me sé los diálogos de memoria y me creo que lo entiendo todo. En cuanto al Ulises de Joyce, este año cae, aunque me aburra como una ostra me lo aprieto para poder contarlo.
Os dejo que empieza Curro Jiménez.