Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

miércoles, 20 de febrero de 2019

Relatos autobiográficos, de Thomas Bernhard





Desde que descubrí a Bernhard hace unos años no he dejado de leerle. En su día me pegué el atracón y leí todo lo que encontré de él, y desde entonces lo releo constantemente. Dice Javier Marías que con Bernhard no hay términos medios, o eres hincha o eres odiador. Es verdad, he podido comprobarlo en este tiempo en el que lo he recomendado y he compartido citas suyas a diestro y siniestro, buena parte de las reacciones eran de desprecio y asco.  Comprendo a sus odiadores, a los que le critican por ser un maestro de la nada, un provocador sin más que escribe desde las tripas. Porque en parte es cierto, Bernhard despotrica contra todo lo que tiene que ver con lo convencional sin argumentar demasiado, como si un torrente saliera directo desde sus vísceras salpicando todo lo que la gente suele respetar o admirar. También le acusan de ser un escritor deprimente, algo que no comparto en absoluto, Bernhard puede ser duro, de hecho lo es, y mucho, pero su literatura esta llena de entusiasmo y amor por la vida. Sus Relatos autobiográficos son la historia de un superviviente.
Yo soy hincha de Bernhard desde que le descubrí, y una de las razones es que debajo de ese vómito chalado vi una humanidad y una sensibilidad bestiales, una capacidad como no había visto antes para mostrar al lector la angustia existencial del ser humano, el desamparo que puede llegar a sentir cuando le han parido sin permiso en este mundo tan jodido y hermoso. 
Termino con dos advertencias que hace Miguel Sáenz, traductor de Bernhard, en la introducción de Relatos Autobiográficos y que he podido sufrir en carne propia: la primera es que los libros de Thomas Bernhard pueden provocar adicción, y la segunda es que pueden cambiar la vida de una persona.

                                                                                ***

La vida no es más que el cumplimiento de una pena, me dije, y tienes que soportar el cumplimiento de esa pena. Durante toda la vida. El mundo es un establecimiento penitenciario con muy poca libertad de movimientos. Las esperanzas se rebelan como un sofisma. Si te ponen en libertad, en ese mismo instante vuelves a entrar en el mismo establecimiento penitenciario. Eres un preso y nada más. Si te quieren convencer de que eso no es verdad, escucha y calla. Piensa que, al nacer, te han condenado a una pena de prisión perpetua, y que tus padres tienen la culpa. Pero no les hagas reproches fáciles. Quieras o no, tienes que seguir al pie de la letra los reglamentos que rigen en ese establecimiento penitenciario. Si no los sigues, tu pena se agravará. Comparte tu pena con los otros presos pero no te alíes con los guardianes.

[…]

Nunca me causó placer practicar ninguna clase de deporte, la verdad es que siempre he odiado el deporte y sigo odiando el deporte todavía hoy. Siempre se ha atribuido al deporte, en todas las épocas y, sobre todo, por todos los gobiernos, por sus buenas razones, la mayor importancia, el deporte divierte y ofusca y atonta a las masas, y sobre todo las dictaduras saben por qué están siempre y en cualquier caso a favor del deporte. Quien está a favor del deporte tiene a las masas de su lado, quien está a favor de la cultura, las tiene en su contra, decía mi abuelo, y por eso todos los gobiernos están siempre a favor del deporte y en contra de la cultura.  Como toda dictadura, también la nacionalsocialista se hizo poderosa y casi dominó el mundo por el deporte de masas. En todos los Estados las masas han sido conducidas con andadores, en todas la épocas, por medio del deporte, no puede haber un Estado tan pequeño ni tan insignificante que no lo sacrifique todo por el deporte.

Relatos autobiográficos. Thomas Bernhard. Anagrama.