En 1995 la revista Harper`s encargó a David Foster Wallace un artículo sobre su experiencia en un crucero de una semana por el Caribe. Wallace aceptó, agarró los tres mil dólares y se embarcó en el Zenith (rebautizado por él como Nadir) un barco de 47.000 toneladas propiedad de Cruceros Celebrity Inc. El resultado es este ensayo de 150 páginas en el que Wallace disecciona con sarcasmo e ironía el comportamiento del turista de este tipo de viajes y la industria del entretenimiento en general. Una industria que vive de la consigna "divertirse hasta morir" y de la infantilización del espectáculo y la cultura. El eslogan del crucero es: Tú diviértete que del resto nos ocupamos nosotros; come, bebe y disfruta hasta reventar. Lo que supuestamente son unas vacaciones relajantes, se convierte para Foster Wallace en un infierno flotante en el que viajan 3.000 niños malcriados. Deshuevante por la ironía, el cinismo y la fluidez con que lo narra Wallace, y desolador porque muestra uno de los síntomas provocados por la deriva que lleva la cultura de nuestro tiempo.
Ninguna de las 137 notas a pie de página tiene desperdicio.
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Este incidente llegó a las noticias de Chicago. Unas semanas antes de embarcarme en el Crucero de Lujo, un chico de dieciséis años se tiró desde la cubierta superior de un megabuque (creo que era un Carnival o un Crystal Ship): se suicidó. La versión de la noticia era que había sido un amor adolescente, un romance entre pasajeros del barco que terminó mal, etcétera. Creo que hay algo más, algo que una noticia real nunca podría mencionar.
Hay algo insoportablemente triste en los Cruceros de Lujo masivos. como la mayoría de las cosas insoportablemente tristes, resulta terriblemente elusivo y complejo en sus causas y simple en sus efectos: a bordo del Nadir-sobre todo de noche, con toda la diversión organizada, la amabilidad y el ruido del jolgorio-me sentí desesperar. La palabra se ha banalizado ahora por el exceso de uso, desesperar, pero es una palabra seria, y la estoy usando en serio. Para mí denota una adición simple: un extraño deseo de muerte combinado con una sensación apabullante de mi propia pequeñez y futilidad que se presenta como miedo a la muerte. Tal vez se parezca a lo que la gente llama terror o angustia. Pero no acaba de ser como esas cosas. Se parece más a querer morirse a fin de evitar la sensación insoportable de darse cuenta de que uno es pequeño, débil, egoísta y de que, sin ninguna duda posible se va a morir. Es querer tirarse por la borda.
- Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. David Foster Wallace. Debolsillo. 2014. 152 páginas. 9,95 euros.
En 2001 Mondadori publicó una edición que además de este ensayo incluía varios artículos, el título y la portada son los mismos y cuesta 20 euros. Creo que en 2009 la volvieron a reeditar, pero yo no lo he encontrado.
- Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. David Foster Wallace. Debolsillo. 2014. 152 páginas. 9,95 euros.
En 2001 Mondadori publicó una edición que además de este ensayo incluía varios artículos, el título y la portada son los mismos y cuesta 20 euros. Creo que en 2009 la volvieron a reeditar, pero yo no lo he encontrado.