Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

jueves, 18 de octubre de 2012

Patrullando la ciudad

Cómo cambian los cuerpos…, con veinte años uno se pegaba una conga, al día siguiente se pegaba otra igual y como si nada. Con casi cuarenta uno trasnocha un poco, se toma un Whisky de más y se tira dos días sin levantar cabeza. Cuando era veinteañero trasnochar era llegar a casa a las siete de la mañana como un piojo, incluso si había que llegar algún día a currar de empalmada no pasaba nada. Ahora con casi cuarenta si llego a casa a los dos de la mañana un poco achispao lo hago con cierto sentimiento de culpa, soltándome reproches, ya verás mañana, todo el día en stand by y sin pegar pie con bola…, y es que mis biorritmos de cartujo no están ya acostumbrados a la vida nocturna y se alteran cuando cruzo el filo de la medianoche y me tomo dos copas, qué  triste.
El miércoles estuve con un amigo patrullando los madriles, empezamos en la filmoteca viendo una peli polaca de un tal Jon Komasa que no nos sonaba de nada. La peli se titula La sala de los suicidas, y es del año 2011.  Sala samobójców cuenta la historia de un chaval de buena familia que lo tiene todo. Sus padres han cumplido el sueño, han buscado el éxito y lo han encontrado, el éxito profesional claro, tienen pasta, buenos trabajos,  buenos coches, un casoplón con criada sin papeles y se ponen los cuernos con compañeros de trabajo. Llevan a su hijo a un colegio elitista, donde gente seria y preparada se ocupa de su educación mientras ellos se calzan jornadas de catorce horas diarias en sus hipercurros  sin pararse demasiado a pensar en sus vidas, probablemente para no confirmar que sus vidas son una mierda enorme llena de dinero, mentiras y cosas. Dominick acaba de cumplir 18 años y es un buen chaval, guaperas, buen estudiante y  popular entre sus compañeros, sus aficiones son las de todos los chavales de su edad, la música, Internet, las redes sociales y los vídeo juegos.

 La supuesta armonía de la familia se rompe a raíz de la aparición de un vídeo en la red social en el que Dominick es ridiculizado, el vídeo provoca la mofa y el escarnio de sus contactos, que lo comparten a discreción. Después de esto aparece el miedo, la soledad y el desamparo en el chaval, que no encuentra el apoyo de sus hiperactivos y exitosos papás, obsesionados con medrar en sus absorventes megacurros. Dominick se sumerge aún más en Internet, donde encuentra refugio comprensión y consuelo en un sitio web que hace apología del suicidio. La película trata temas muy presentes en nuestros días; el arma de doble filo que supone Internet y las redes sociales, el suicidio, la cultura juvenil y el culto al trabajo, y aunque el argumento está llevado al extremo, la película es un retrato bastante fiel de los tiempos que corren. Es cierto que los temas están algo trillados ya,  pero están muy bien tratados, los actores están que se salen, y la banda sonora es cojonuda. La única pega que le pongo es el abuso de las escenas de animación que mete el director para ilustrar el mundo virtual en el que se mete el protagonista, en mi opinión, llega un punto en el que engordan el metraje sin aportar demasiado. No obstante la película es buena y recomendable, hay que verla.

Después de la filmo tomamos cañas y tapas para repostar y luego nos fuimos a Malasaña, a Diablos Azules, un garito donde uno se puede tomar un Whisky con hielo mientras escucha a la gente recitar poesía, un lujo. Aparte de beber Whisky y escuchar poesía hablamos del vómito poético y de si se puede ser un poeta aceptable sin haber leído a los grandes…Hablamos de Machado, de cómo convirtió un paseo a orillas del Duero en uno de los mejores poemas en lengua castellana. Lo del vómito poético me recordó mucho a una pregunta que se hacía Rafael Reig en su blog hace unas semanas, se preguntaba Reig si escribir es regoldar, si escribir es una manera de expulsar lo que sobra de vida vivida y libros leídos, lo que uno no llega a asimilar, si la creación literaria es al fin y al cabo consecuencia de una mala digestión, un cuesco, un regüeldo o un vómito. Un gas que molesta dentro y que el que escribe expulsa en un momento dado convirtiéndolo en prosa o en verso. Menudo tema.
Cuando Juan Carlos me aparcó en casa, los biorritmos disparados por el whisky y el trasnoche no me dejaban dormir, así que estuve leyendo un rato en la cama Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, buen libro,  me quedé con una frase que me gustó mucho “Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera”. Dejé el libro y encendí la tele hasta que me quedé frito viendo la teletienda, (yo sólo veo la dos y la teletienda), salía una muchacha contando lo que le había cambiado la vida desde que su novio se había comprado un chisme para alargarse el níspero. Qué cosas.