Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

lunes, 23 de julio de 2012

Perdón por la nostalgia

Mi  hermana ha venido a casa a llevarse lectura para las vacaciones, hemos hablado de la crisis, de los planes de verano y de libros mientras bebíamos cerveza helada. Le he recomendado que se lleve La lluvia de los inocentes una novela de Andrés Ibáñez que acabo de leer y que trata sobre la vida de una generación, la infancia la adolescencia y la juventud de los que a mediados de los 80 tenían alrededor de veinte años. El libro está lleno de referencias musicales, cinematográficas y literarias. El otro día decía Juancho Armas Marcelo en su artículo del ABC cultural  que esta novela es tan recomendable que debería ser lectura obligada en todos los institutos de enseñanza media, pues sí debería. Sé que mi hermana disfrutará de esta novela tanto o más que yo, porque la generación sobre la que escribe Andrés Ibáñez le pilla de lleno. Cuando se ha marchado Rocío he seguido pensando en la Lluvia de los inocentes, y he recordado mi infancia,  mi adolescencia y  mi juventud, las cosas que hice, los libros que leí, las películas que vi, lo que hacíamos para divertirnos los que ahora tenemos alrededor de cuarenta años. Dicen que la juventud empieza a los once, y acaba a los veinticinco. A partir de los treinta se supone que uno ya es mayor, maduro y responsable.
Los de mi quinta tuvimos la suerte de ser niños cuando todavía no había ordenadores, ni consolas de videojuegos, ni internet. Hablo de los que en el mundial 82, el de naranjito, teníamos diez años más o menos, los que no nos acordamos de la muerte de Franco, pero sí del Golpe de Estado, de Tejero en el Congreso con el tricornio y la pipa en la mano diciendo ¡se sienten coño!, los que hicimos la EGB, los que íbamos a vivir mejor que nuestros padres y acabaremos viviendo peor que nuestros abuelos, los que todavía jugamos en la calle a lo de toda la vida, canicas, chapas, peonza, cromos, rescate, gavilán, churro y gol regañao. A mí lo que menos me gustaba era el gol regañao, porque siempre he sido un inútil para los deportes, nadie me quería en su equipo, era al último al que elegían y nunca tocaba el balón, era bastante humillante, sobre todo cuando había niñas mirando.
Los recuerdos de mi infancia son los de Jerez de la Frontera, allí nací y viví hasta los once años, recuerdo los Marianistas, el barrio de viviendas militares, la base aérea en la que mi padre estaba destinado, las excursiones a la playa en el escarabajo azul claro en el que entrábamos los seis, sin cinturones ni sillitas de seguridad, los tebeos de Joyas literarias y de Hazañas bélicas, los libros de Los cinco, la Biblia infantil ilustrada, la colección de Julio Verne, y la de Salgari, Mortadelo y Filemón, El botones sacarino, Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio, Zipi y Zape, Anacleto agente secreto, los payasos de la tele,  las películas del oeste o de aventuras que ponían los Sábados en Primera sesión cuando en la tele sólo había dos canales, El Halcón y la flecha, Raíces Profundas, Robín de los bosques. Cuando ver una película aunque fuera en la tele era un acontecimiento, la moneda de cincuenta pelas que mi padre nos daba los domingos para los cuatro, el tang,  el primer par de tetas que contemplé en mi vida viendo en la televisión la famosa escena de la estanquera de esa maravillosa película de Fellini que se titula Amarcord. A mis padres se les debieron pasar los dos rombos.
Cuando cumplí once años nos trasladamos a Alcalá de Henares y hasta hoy, aquí he vivido la adolescencia, la juventud, y esto de ahora que no sé cómo llamarlo, lo llaman madurez, o edad adulta, pues vale. Los recuerdos de mi adolescencia son los de la Colonia de Aviación, el barrio de viviendas militares en el que viví hasta los 28 años, de la colonia recuerdo estar jugando siempre en la calle, y la calle llena de niños, allí hice los amigos que conservo hasta hoy. Luego dejamos de jugar y empezamos a interesarnos por otras cosas claro, las chicas, la música, los cigarros, y la cerveza, yo empecé a sentir curiosidad por los libros que había por casa, los que había visto leer a mi padre y  veía leer a mis hermanos, o por la colección de discos , que aparte de música clásica incluía algo de Jazz y un par de albumes de los Beatles.

A principios de los 80 a lo que más aspiraba un niño era a tener una bici, nosotros organizábamos la vuelta ciclista a la colonia, con prueba contrarreloj y todo, recuerdo a Modesto, el encargado, entre otras cosas de mantener el césped en condiciones, siempre con su manojo de llaves en la mano. Modesto fue una institución para la chavalería de la colonia, ahora cuando voy por allí a ver a mi madre ya no está Modesto,  el césped ya no está tan verde y no hay chavales jugando en la calle, los que haya supongo que estarán en casa jugando con el ordenador o a la wi o como se llame.
Recuerdo lugares, lecturas, música, películas, vivencias. La laguna, los pinos, la higuera, La historia interminable, beso atrevimiento verdad, el pozo, las Narraciones extraordinarias de Poe, el vespino, Rebeldes, los cigarros a escondidas, las primeras salidas por Alcalá, las chicas, Quadrophenia, los bares de viejos a los que íbamos a beber barato antes de ir al pub de moda, Bodegas Adán, Los Patos, El Soto, y La Parada, Los Who,  las fiestas de la Hípica, La naranja mecánica, los minis de cerveza, los minis de cubata, El lobo estepario, Los Beatles, las fiestas del club de suboficiales, el club de subo, que les daban mil vueltas a las de la Hípica, Siddharta, el DYC con cola cola 350 y el JB con cola 450, el Pispas, el Ya lo ves, la Encomienda, el Vanayá, el Burger andaluz, Sufre mamón, Sabor de amor, Cadillac solitario, la Disco Hípica, Bailar pegados era la mejor para arrimarse, la primera vez que fuimos de acampada, Dinamita pa los pollos, los simpa,  Érase una vez América, las borracheras en el Blues, el Blues era el garito en el que mejor música ponían, Leed Zeppelin, Janis Joplin, los Rolling, AC/DC, lo que pidieras, las novelas de Vázquez Figueroa, las películas guarras que alquilábamos en el videoclub, Ginger Lynn, Chichiolina, los cuentos de Borges, las Rimas y leyendas de Bécquer, la novelas de Delibes, la primera vez que hacías cualquier cosa. Hay mucho más pero no cabe, además parafraseando a Machado una vez más, en mi historia (como en la de cualquiera) hay “algunos casos que recordar no quiero”.
Luego la cosa empezó a ser menos divertida,  llegaron las responsabilidades, los trabajos, las hipotecas, los alquileres, las facturas,  madurar y hacerse mayor lo llaman, o empezar a estar de vuelta, una frase que no me gusta nada y que estoy harto de escuchar, los que creen que están de vuelta, son los que piensan que saben por dónde pisan, los que creen que van sobre seguro y que ya nada les va a sorprender, como dice la letra de una canción de Calamaro “la vida es corta  pero ancha” y da sorpresas hasta el final. Con la que está cayendo vamos a empezar a estar todos de ida, y si no al tiempo. Llevo un buen rato viendo viejas fotos, ojeando cartas y leyendo  cosas que escribí hace un montón de años, mirando hacia atrás.
Ahora estoy en la mitad de mi vida más o menos, la mochila se seguirá llenando soy optimista y creo que palmaré a los 85 de un infarto fulminante, de los que te dejan seco, de esos que dicen que ni te enteras, bueno no lo creo, es lo que me gustaría. Ahora estoy releyendo Rayuela de Cortázar, y no paro de subrayar frases memorables, estoy disfrutando más de Rayuela ahora que cuando la leí hace años porque era lo que había que leer. Os apunto aquí un par de ellas que me han gustado especialmente, y que tienen que ver con esto de recordar y hacerse mayor.
 “A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente hacia atrás.”  Julio Cortázar. Rayuela. Capítulo 21.
“Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, (...)” Julio Cortázar. Rayuela. Capítulo 21.