El domingo 28 de Junio de 1914 hacía un día soleado en
Sarajevo, el archiduque de Austria Francisco Fernando y su esposa bajaron del tren
y ocuparon sus asientos en un coche descapotable. Los conspiradores ya estaban
entre la multitud provistos de bombas de mano, formaban parte de la Joven
Bosnia , un grupo de fanáticos nacionalistas eslavos dispuestos a asesinar y a sacrificar sus vidas
y las de sus familias por la causa de la Gran Serbia. Les movía el odio hacia el Imperio
Austrohúngaro al que culpaban entre otras cosas de corromper a sus súbditos
sudeslavos. Mientras la comitiva
avanza, Nedeljko Cabrinovic arroja una bomba contra el coche del archiduque.
El conductor la ve venir y acelera, la bomba estalla bajo el siguiente automóvil resultando heridos varios pasajeros y espectadores.
Nedeljko, para evitar ser atrapado por la policía se traga una píldora de cianuro
y se tira al río. El archiduque envía un
ayudante a averiguar lo sucedido y decide continuar con el programa. La
comitiva continua hasta el ayuntamiento donde espera el alcalde para pronunciar
un discurso de bienvenida. El alcalde
pronuncia su discurso tartamudeando y el archiduque saca sus notas para
responderle. Los papeles están manchados con la sangre de un miembro de su
equipo. Después del acto la comitiva decide acudir al hospital para que se atienda
a los heridos. Cuando los tres coches
regresan por el mismo camino, el del archiduque frena al percatarse el conductor
de que se ha equivocado de dirección, en ese momento Gavrilo Princip aprovecha para subir al estribo del coche y disparar a quemarropa al
archiduque y a la duquesa. Princip intenta pegarse un tiro pero es reducido por
algunos espectadores y detenido.
En las cinco semanas que siguieron al atentado de Sarajevo Europa se convirtió en un
carajal, pasó de la paz a una guerra que
implicó a todas las potencias europeas. El conflicto empezó el 4 de agosto
enfrentando a las potencias centrales (Austria- Hungría y Alemania) con los
aliados (Serbia, Rusia, Francia, Bélgica y Gran Bretaña), y en 1918 ya había
implicado a treinta países. El atentado en los Balcanes encendió la mecha de un
polvorín que se había ido llenando durante años. Margaret MacMillan analiza en su ensayo 1914
De la paz a la guerra, las causas que llevaron a una Europa que se llenaba la
boca hablando de prosperidad, progreso y esperanza a una guerra mundial que dejó 8 millones y
medio de muertos, otros tantos de prisioneros y desaparecidos y 21 millones de mutilados
y heridos. Esto sin contar las
cicatrizes que dejó en el alma de los
que combatieron en ella.
El imperialismo, el nacionalismo, el
darwinismo social y la carrera armamentística fomentada por el
militarismo y la industria son algunas de las causas que analiza la MacMillan en
este ensayo. La historiadora se remonta a finales del siglo XIX para escribir
una crónica sobre aquella Europa conflictiva, haciendo unas descripiciones
fascinantes de los personajes clave y sus motivaciones. La autora no se
conforma con la conclusión a la que se suele llegar cuando se aborda la Gran Guerra “aquello fue
inevitable”, y advierte de lo peligroso de dicha conclusión. MacMillan habla de cómo Europa en crisis
anteriores a la de 1914 e igual de graves , los líderes y los pueblos estuvieron a la altura y apostaron
por la paz. Aquello se pudo evitar, faltaron imaginación, coraje y también ganas.
Es curioso cómo las
decisiones que llevaron a Europa a la guerra fueron tomadas por un grupo muy reducido
personas, todas pertenecientes a la aristocracia y a las clases dominantes
claro, y cómo en los momentos decisivos la voz de los que apostaban por la
solución pacífica, entre ellas la del socialista y pacifista Jean Jaurés, que fue
asesinado en Francia por un exaltado nacionalista , fueron silenciadas por las de los militaristas con ganas de dar
rienda suelta a los arsenales que habían ido acumulando durante años. Los líderes políticos tuvieron que bregar con un factor
nuevo: el desarrollo de la prensa de masas y de una opinión pública
nacionalista que ejercía sobre ellos una presión desconocida hasta
entonces. En este sentido, el internacionalismo socialista no consiguió ganar
la batalla al nacionalismo, apunta MacMillan que si todos los obreros de Europa
se hubieran unido, probablemente no habría habido guerra. Cuando las potencias
empezaron a movilizar a sus ejércitos apenas hubo deserciones, algo que
sorprendió a los jefes de los estados mayores, que tenían serias dudas de hasta dónde estaría dispuesto a comprometerse el pueblo por su país. Esperaban que un porcentaje importante de los movilizados no acudiera a la llamada y no fue así.
Llama la atención
cómo los políticos se plegaron en muchas ocasiones a las decisiones de las
cúpulas militares de sus respectivos países, y cómo las circunstancias que
llevaron a la guerra tuvieron que ver con valores tan mezquinos como el prestigio, el honor y
el darwinismo social, que daba por
sentado que era natural que las naciones más fuertes (las más aptas) sobrevivieran a costa de
las más débiles. También tuvo mucho que
ver en el asunto el odio irracional entre pueblos que tenían mucho común. La casualidad y la mala suerte también
hicieron lo suyo. Cuentan que Princip, después del primer intento fallido había
renunciado a asesinar al archiduque, y que volvía a su casa cabizbajo cuando se
percató de que el coche oficial, que se había perdido, paró cerca de él. La crisis se desató en pleno verano, y esto hizo que algunos de los líderes
que habían apostado durante años por la vía diplomática y por la paz no
llegaran a tiempo desde sus lugares de vacaciones a los lugares donde se
produjeron las reuniones decisivas.
La ciencia y la tecnología que tanto beneficiaron a la
humanidad en el siglo XIX también tuvieron como consecuencia la carrera
armamentística, armas con mucho mayor alcance y más sofisticadas
convirtieron la primera guerra mundial en una guerra de trincheras. Cuando los ejércitos de Francia y Alemania cavaron
trincheras en 1914 para pasar el invierno, no sospechaban que no se moverían de allí
hasta 1918. La artillería era demoledora y brutal, y apenas permitía a las tropas avanzar o ver
al enemigo. A pesar de los avances en el armamento, todavía no contaban con
tanques que pudieran romper el frente, ni con el apoyo de la aviación. Las bajas en ambos bandos se multiplicaban pero nadie avanzaba. La neurosis de guerra campaba a sus anchas por las trincheras.
Cuando uno indaga en nuestra historia no deja de sorprenderse de lo rápido que pasamos de la civilización a la barbarie en
este jodido mundo. El libro de Margaret MacMillan intenta responder a la pregunta de por qué también en 1914 pasamos de la paz al horror. Un ensayo
esclarecedor, muy recomendable para cualquiera que tenga interés por la
historia contemporánea.
Siempre que leo sobre la Gran Guerra me acuerdo de Senderos
de Gloria de Stanley Kubrick, de esos planos secuencia de las trincheras que se
estudian en las escuelas de cine. Otra obra maestra que sigue en plena forma. Burócratas
y generales hacen la guerra en los despachos buscando méritos y laureles a
costa de la tropa que es machacada en las trincheras. En esta película no vemos al
enemigo ni una sola vez, la épica brilla
por su ausencia. Kirk Douglas se come la cámara con patatas fritas, y la escena final en la cantina, en la que la camarera canta para las tropas,
es el cine en estado puro.
Después de volver a ver Senderos de gloria me han entrado
ganas de darle otra vuelta a Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo, pero me lo he pensado mejor, demasiado para
una sola tarde.
-1914 De la paz a la guerra. Margaret MacMillan. Editorial
Turner. 847 páginas. 40 euros. Lo presto.